martes, octubre 31, 2006

Historia del Poker

Los orígenes del juego son poco claros, y que mientras unos lo sitúan en Europa, concretamente en Francia, otros aseguran que fue una invención británica, que luego se extendió al continente y, posteriormente, se trasladó a los Estados Unidos.

Sea como sea, lo cierto es que ya en tiempos muy antiguos se jugaban variantes más o menos parecidas al póker actual, tanto en los casinos o en los garitos como entre la gente de peor calaña, e incluso en los círculos familiares y en los lugares de élite, como los clubes privados de los caballeros de alto copete. Verdaderas fortunas se ganaban o perdían ante el verde tapete, con los cinco naipes del póker en la mano. Y muchos eran los que, tras una partida particularmente desafortunada, ponían fin a su vida de un disparo o arrojándose a un barranco o un río. Se sabe incluso de jugadores que se han jugado todas sus propiedades, e incluso a su novia, amante o esposa, en un desesperado intento por recuperarse de las pérdidas, con suerte varia, por supuesto.

La historia del póker está llena de anécdotas, algunas divertidas y las más, dramáticas e incluso trágicas. En la Inglaterra de los Hannover, sin ir más lejos, durante el siglo XVIII, era frecuente que ricos caballeros confiados acudiesen a timbas ilegales, donde reunirse a jugar con caballeros de empolvada peluca y lujosa casaca, que no eran sino tahúres de rico disfraz, dispuestos a esquilmar a sus confiadas víctimas. No siempre se trataba de verdaderos truhanes de baja estofa, sino que incluso aristócratas y caballeretes con más títulos que dinero, caían lo bastante bajo como para estafar con sus trampas a quienes caían en la trampa.

Incluso folletones de la época, reflejan ese ambiente, donde muchas veces, tanto en la realidad como en la literatura popular, las víctimas acababan siendo asesinadas cuando descubrían al tramposo y querían organizar el escándalo. Pero de eso no se puede culpar al póquer o a cualquier otro juego de los que se practicasen, porque lo realmente malo estaba en la gente que lo practicaba con fines lucrativos y mediante el engaño y la trampa.

Otra de las épocas doradas del juego, como ya hemos dicho antes, como todo lo bueno y lo malo que ello pudiera tener, fue la del Oeste americano y su colonización.

Resulta lógico que, a un mundo en formación como era el Oeste de los Estados Unidos en el siglo XIX, llegasen aventureros de toda laya, dispuestos a enriquecerse fácilmente. Las grandes rutas ganaderas y Ios yacimientos de oro o plata eran lugares idóneos para que esas gentes poco recomendables sentaran sus bases. Quienes no recurrían al robo directo, asaltando diligencias, viajeros o ferrocarriles, revólver en mano, tenían otro método menos arriesgado en sus manos: el juego.

Si había casinos o saloons, como Ios Ilamaban entonces, mejor que mejor. Si no, ellos montaban su timba donde fuese. El objetivo y sus resultados eran los mismos: desplumar incautos, casi siempre vaqueros que acababan de recibir sus buenas pagas, y estaban ansiosos por dilapidarla en alcohol, mujeres y juego. Aunque había ruletas y ruedas de la fortuna en los casinos, el póker era el juego preferido de casi todos.

Del póker acostumbraban a decir los vaqueros que era el único juego adecuado para hombres que existía. No les importaba que sus salarios se perdieran en ese juego pero sí importaba, y mucho, que no sufrieran las habilidades de un tramposo y éste pudiera ser descubierto. La cosa terminaba, inevitablemente, con la muerte del tahúr, de un tiro en el corazón o bien éste, si era más rápido, disparaba su derringer sobre su acusador. Muchas partidas de entonces tuvieron un final u otro, inevitablemente.

Hay personajes famosos en ese período y lugar de la historia americana, que han pasado a la posteridad por su relación con el juego. AM', Frank Reno, que fue un prodigioso jugador de póker; Doc Holliday, dentista y pistolero, pero sobre todo jugador, amigo y compañero de los hermanos Earp en Tombstone, cuando el famoso tiroteo en el O. K Corral; y por supuesto, el legendario Wild Bill Hickok, pistolero y agente de la ley después, gran aficionado al póker, que precisamente habría de encontrar la muerte en Deadwood, en agosto de 1876, asesinado por la espalda cuando jugaba al póker en la trastienda de un saloon propiedad de un tal Carl Mann.

El famoso Hickok fue muerto por Jack McCall, un individuo repulsivo y cobarde, que fue incapaz de enfrentarse cara a cara con el gran Wild Bill. Aunque salió absuelto de un primer juicio, en un segundo proceso fue condenado a la horca por asesinato. Bill había muerto con una jugada sin gran valor en Ias manos, pero la leyenda dijo que al morir tenía "la mano de la muerte", tal vez por fantasear un poco sobre aquel sórdido suceso que marcó el final de una leyenda hecha de actos violentos y de muerte. El propio Hickok admitió en una entrevista que había matado en su vida a más de cien hombres, aunque evidentemente exageraba. Eso sí, nunca mató a nadie durante una partida de póker.

También en los Estados Unidos, antes y durante la colonización del Oeste, fue cuando los casinos flotantes hicieron su agosto, en los viajes a lo largo de los ríos Mississippi y Misouri. La ruleta, el faro o el póker, eran los juegos habituales a bordo. Y los que atraían por un igual a viajeros y a tahúres, con una misma finalidad: ganar dinero. Sólo que mientras los primeros difícilmente lo conseguían, los segundos eran maestros en esa ciencia. A veces no se admitían tahúres a bordo, pero sí jugadores profesionales. La diferencia estaba en que unos hacían trampas y otros no. El resultado para los viajeros era el mismo: perder su dinero. Los profesionales, sin necesidad de trampas, eran capaces de desplumar al más hábil de sus adversarios. Habían nacido virtualmente con una baraja en la mano, y su pericia con ella era tan grande como su astucia para leer en los rostros de sus adversarios. El juego no tenía secretos para ellos, y eso les hacía muy superiores en el tapete de juego.

Cierto que se han forjado muchas fantasías, tanto acerca del Oeste como de los barcos de río y sus partidas de póker, pero sorprendería a muchos conocer hechos sobre el tema que Ilegan incluso a superar la imaginación de escritores y cineastas.

Cuando el ferrocarril fue una realidad en aquellas tierras, también los vagones de tren se convirtieron en improvisadas timbas las más de las veces, y asimismo era fácil encontrar a jugadores profesionales, tramposos o no, en los viajes más largos, siempre con sus flamantes mazos de naipes dispuestos para el juego. No resulta extraño que muchos picaran el anzuelo, para animar las interminables horas a bordo de un convoy lento, donde el polvo y la carbonilla hacía aún más insufrible la duración del viaje.

También los turbulentos años veinte iban a ser un emporio para el juego, pero en otras regiones de los Estados Unidos, mucho más al Este: Nueva York, Chicago, Atlantic City...

Eran tiempos de la famosa “enmienda a la Constitución”, la celebérrima y desdichada Ley Seca, con la que el Gobierno pretendió justamente lo contrario de lo que consiguió: hacer que los americanos dejasen de beber.

Es bien sabido que basta prohibir algo para que mucha gente que no había pensado antes en ello, decida probar lo prohibido. Hubo muchos más alcohólicos en el país de los que había habido nunca, y por añadidura surgió la lacra del gangsterismo.

Las mafias italianas e irlandesas se hicieron dueñas del país, para producir o importar licores ilegales. El whisky, la ginebra o el ron se fabricaron clandestinamente o se pasaron a través de la frontera canadiense, y ello redundó en una pésima calidad del producto, un mayor precio y una clandestinidad que permitió a sus contrabandistas crear un enorme entramado delictivo, basado no sólo en el alcohol, sino también en el juego y en la prostitución.

Los burdeles eran a la vez garitos donde se bebía cuanto se quería, y se jugaba a todo, desde la ruleta al póker. Personajes como Al Capone en Chicago o Lucky Luciano en Nueva York, se convirtieron en auténticos zares del crimen. Las bandas competidoras se enfrentaron a ellos y comenzó la guerra del hampa. Los asesinatos y matanzas estaban a la orden del día, en medio de un ambiente frívolo y despreocupado, en el que la gente rica frecuentaba los peores recintos, en busca de alcohol y emociones fuertes, mientras la pobreza se hacía más y más ostensible en las calles de las grandes ciudades.

En ese clima de violencia, italianos e irlandeses luchaban por la hegemonía en el mundo del crimen, que era el gran negocio de la época. La vida parecía girar en torno al alcohol y el juego. Grandes recintos lujosos acogían a lo mejor de la sociedad, para dilapidar millones en las mesas de juego. El póker era el gran protagonista, el juego favorito, tanto de los ciudadanos de bien como de los propios gangsters. El cine nos ha dejado numerosas imágenes de pistoleros sentados en torno a una mesa de juego, pasando enormes sumas de dólares de mano en mano, en una atmósfera densa y humeante. La realidad no distaba mucho, ciertamente, de esa ficción.

Pero aunque explotado por los gangsters, el juego iba a ser de inmediato un monopolio más del Sindicato del Crimen, cuyos garitos se mantenían incólumes gracias al soborno de políticos y policías.

En los Estados Unidos, existen Estados que permiten el juego, otros que lo prohíben y algunos que permiten unos y prohíben otros. Pero eso no le importaba al Sindicato. En todas partes, autorizado o no, lo hizo monopolio suyo, a través de sus armas preferidas: la violencia y el crimen.

Se calcula que el juego -del que era protagonista indiscutible el póker-, facilitaba al Sindicato beneficios de hasta veinte o veinticinco millones de dólares anuales de aquellos tiempos. Aunque las apuestas de caballos les facilitasen aún más beneficios, el negocio del juego de casino era más sencillo y de mejor explotación. Incluso en Nevada, donde el juego es legal, lograron los gangsters hacerse con el monopolio del mismo. Cualquier competidor que surgiese, era inmediatamente obligado a abandonar. Y si no abandonaba, no tardaba en aparecer muerto.

Es lamentable que tantas y tantas cosas relacionadas con el juego del póker resulten negativas, pero no podemos culpar al juego en sí, ni a ningún otro juego, de lo que pueda rodearle por ambición o falta de escrúpulos de quienes se relacionan con él. Al juego en sí, si le despojamos de la codicia humana o de los intereses creados en torno a él, no podemos acusarle de ser responsable de nada. Si la finalidad de una partida de póker es divertirse, intentar ganar algo, cosa muy humana por cierto, sin apelar nunca a malas artes, no tiene por qué ser considerado como perjudicial. Como en todas las cosas, lo realmente malo está en el uso que se haga del propio juego.

¿Qué tiene de negativo tomar una copa o visitar un casino? Lo malo es embriagarse o jugarse hasta las pestañas. También un medicamento, en dosis excesiva, puede matar.

Lo que sucede es que, sea en tiempos antiguos, en el lejano Oeste americano, en el imperio de los gangsters o en nuestro mundo actual, el póker ofrece el mismo atractivo, idénticos alicientes. Pero en torno a él, en vez de un grupo de jugadores bienintencionados, dispuestos a pasar un buen rato jugando con sus emociones, pueden surgir los especuladores de siempre, los ventajistas sin escrúpulos que todo lo pervierten.

Y eso es siempre lo peor. En el póker, y en todos los órdenes de la vida.

Pero no solamente en los ambientes citados se hizo popular el juego del póker durante muchos años. En el propio Oeste, los mineros consumían también sus horas de asueto en torno a una mesa más o menos improvisada, dentro de sus tiendas de lona o de sus chozas, jugándose pepitas de oro, oro en polvo o billetes y monedas, cuando no iban a la población más cercana, en busca de provisiones o a celebrar el hallazgo de alguna vez, y se embarcaban en los casinos para jugarse los beneficios de una larga temporada de duro trabajo en busca del preciado mineral.

Puede decirse que todas las profesiones más duras y fatigosas, tenían por entonces la válvula de escape del juego, para olvidar los momentos difíciles. Y que de todos los juegos, sin duda el póker era el verdadero rey.

Por la misma razón, los marinos hicieron asimismo del póker la principal de sus distracciones a bordo cuando estaban libres de servicio y podían reunirse en sus camarotes o en la bodega del barco, para jugarse sus soldadas. En tiempos de los piratas, estos se jugaron muchas veces el botín obtenido en un sangriento abordaje, en una mesa de juego donde no era difícil que un perdedor creyese ver trampas donde no las había -aunque a veces sí las hubiese-, y la partida terminase con un pistoletazo que mataba al tramposo o a su acusador, según fueran las cosas.

Actualmente, también los marinos, que pasan largas temporadas en alta mar, como pueden ser los pescadores o los que prestan servicio en la Marina de 'su país, tienen en el póker una de sus principales diversiones, ya que a bordo suele estar prohibido el alcohol, por razones de seguridad, y por supuesto las mujeres brillan por su ausencia. En esas circunstancias, rodeados de mar por todas partes, a veces durante meses enteros, qué les queda a los embarcados, sino buscar un rato de asueto con unos naipes en la mano.

Y si bien los Latinos pueden optar por el póker o los juegos con baraja española, los de otras latitudes, como británicos, norteamericanos, canadienses, australianos o franceses, pongamos por caso, se deciden inevitablemente por el póker para consumir esas horas en que no tienen nada que hacer.

También en otras profesiones, como los que trabajan en plataformas petrolíferas marítimas, los fareros, los pastores y mucha otra gente que se encuentra en reducido grupo y en solitario durante largos períodos de tiempo, suelen acudir al mismo juego para paliar el aburrimiento. Puede decirse que, globalmente, en el mundo entero se juega, y mucho, al más popular de los juegos de naipes que jamás ha existido.

Evidentemente, algo fascinador tiene el póker cuando se adapta de modo tan perfecto a cualquier mentalidad o ambiente, y cuando se ha conservado y se conservará durante siglos, con muy escasas variantes en su forma de jugar.


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